El caballero de la armadura orinada #2

Segundo 
Donde se cuenta el primer encuentro de verdad peligroso que tuvo El Caballero de la Armadura Orinada.

El Caballero de la Armadura Orinada apenas había dejado su rancho atrás cuando sintió que alguien lo seguía. Paró por un momento a su maravilloso pony sin raza distinguible y oteó el horizonte, después también oteó su retaguardia y pudo notar que, afortunadamente, sus esfínteres se mantenían sosegados. Tal vez sí había tenido una gran idea y este viaje le ayudaría a conocerse mejor y sobre todo, a conocer mejor sus orificios y sus movimientos singulares. Pero además, sabía que si lograba lo anterior, podría regresar sin vergüenza frente a doña Lorenzana de Zamarripa, la del copete estorboso, y declararle su amor sin que su ano se rebelara y decidiera soltar su contenido nomás porque sí.
Así iba pensando aquel martes a mediodía, pésima hora para comenzar cualquier aventura, he de decirlo, a esa hora el sol está en su cenit y en el desierto se siente un calor tan asqueroso que es mejor no moverse durante esas horas.
Entonces, así iba pensando, cuando se le cruzó en el camino un Sanborns, algo inédito porque él sabía que no existían en las cercanías del rancho. En fin, la curiosidad le ganó y decidió aparcar a su caballo en el estacionamiento.
Adentro descubrió porqué esos lugares son tan maravillosos. El aire acondicionado lo acarició con sensualidad, casi con amor, como si él fuera una novia virginal, como en realidad esperaba que fuera su amada doña Lorenzana, la de pies ligeros pero olorosos. Los empleados que vestían sacos rojos se desplazaban en silencio sin molestar a los clientes, era casi como si pudiera atravesarlos. La música que sonaba en la sección de discos era agradable pero nimia, los perfumes que en otras tiendas agredían la nariz como soldados invisibles, aquí eran apenas perceptibles. La sección de libros y revistas se desbordaba. Sobre todo había ejemplares para superar cualquier problema, desde los rompimientos amorosos hasta las espinillas y barros ajenos. Por ahí se paseó nuestro héroe, alegre por comenzar su viaje de auto reconocimiento anal en un lugar tan simpático.
Fue entonces que se le antojó una cerveza. Sabía que en el bar la sirven helada y que además las meseras llevan un uniforme tan simpático que dan ganas de agarrarlas a patadas.
Entró y de inmediato se dio cuenta de que el lugar estaba casi vacío, fantasmal. Nada más encontró una mesera, el barman, el pianista versátil, un par de ancianos, una pareja de secretarias, otro mesero dormido más allá y un tipo, algo borracho, sobre la barra. Está bien, el lugar no estaba casi vacío, pero el caballero lo percibió así a través de su casco, el cual se quitó al sentarse a la barra.
Pidió su cerveza y volteó a ver al borracho quién ya se había erguido y lo miraba con una sonrisita. El tipo era razonablemente feo, de pelo crespo, moreno, con algunas espinillas listas para ser exprimidas, nariz ancha, ojos demasiado alejados uno del otro y una boca vulgar, gruesa, que cuando sonreía dejaba ver la falta de dientes y que los restantes vivían un festín de caries.
A pesar de la fealdad, el Caballero encontró agradable aquella compañía y comenzó una plática inocente.
El hombre comenzó a platicarle su vida, le explicó que venía de un lugar donde tenían autos último modelo, casas enormes, vida social activa pero que todos estaban feos como golpear a la madre el diez de mayo. También le platicó que tenían pésimo gusto musical, pero que eso era lo que le gustaba. En ese momento, casi como si estuvieran organizados, el pianista versátil comenzó a tocar “Amar y querer”. Aquel hombre se emocionó y le dijo que él era un borracho cursi que escuchaba a José José.
Le dijo que bebía sólo brandy Don Pedro.
Le dijo que siempre intentaba ligarse secretarias en el bar de Sanborns.
Le dijo que aplaudía en el cine en las partes emocionantes.
Le dijo que Titanic lo había emocionado.
Le dijo que en navidad ponía tantas luces en su casa que dejaba ciego a quien las viera fijamente.
Le dijo que le encantaban las chuletas de cerdo marinadas en Coca-Cola.
Le dijo que iba a los centros comerciales a pasearse con su mejor ropa.
Le dijo que odiaba a los jotos aunque se reía mucho de los comediantes afeminados.
Le dijo que nunca leía el periódico pero que tenía muchos libros de superación en su casa.
Le dijo que la caca le daba asquito.
En ese momento el Sanborns se desvaneció como si el Caballero estuviera soñando y quedó ahí, sentado en una piedra, en medio del desierto frente a aquel hombre espantoso. Pronto lo reconoció.
El Caballero se enfrentaba con su primer gran enemigo: El Pipope Asesino. Un fantasmal hombre que aterrorizaba a todo aquel que decidiera cruzar el desierto. No sé porqué si era poblano andaba en el desierto, pero en fin. Ahí estaba y nuestro héroe tenía miedo. Pronto su armadura despedía un terrible tufo a mierda.
Pronto se lamentó porque no visitó los baños del Sanborns antes de ir a beber su cerveza. La leyenda dice que son extremadamente limpios.
Venciendo su propio miedo, decidió enfrentar al enemigo, empuño su lanza y corrió presuroso a batirse valientemente.

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